Es sabido que la meditación es buena para la salud física y mental. Ayuda a combatir el estrés, la ansiedad, la depresión, la tensión alta, la insomnia, la inflamación, y la inmunidad reducida. En un estudio con enfermeras, hasta ayudaba a mejorar sus niveles de empatía. A nivel molecular, parece que enciende unas células útiles y apaga otras células dañinas. Además, cambia la composición del cerebro, fortaleza la corteza frontal (la zona de planificación y toma de decisiones), agranda al hipocampo (la zona del almacén de los recuerdos), y encoge a la amígdala (la zona relacionada al miedo y a la ansiedad). La gente que medita más a menudo tiene la materia gris más densa, un indicador de la inteligencia. Entre 15 y 20 minutos de meditación diaria puede expandir zonas críticas del cerebro, después de solo un par de meses de práctica. Así que, ¿cómo se relaciona con el caminar?
Hay monjes que meditan mientras caminan. No hay que estar sentado o acostado. Meditar caminando combina los beneficios de la meditación, del movimiento y del aire libre. El caminar fue una de las 4 posturas preferidas del Buda para practicar el ‘mindfulness’, conseguir la calma, la claridad y la alegría.
Parece que el meditar caminando proporciona más beneficios que el simple caminar. Reduce los niveles de cortisol, del colesterol LDL, y de una proteína implicada en la inflamación y la depresión. Las mujeres mayores que meditan caminando, tienen mejor coordinación y equilibrio.
¿Cómo se hace? Se recomienda una caminata de 30 minutos en un sitio privado y sencillo, sin obstáculos o distracciones (para poder enfocarse en los pies) y con un espacio hacia delante de unos 3 a 6 metros. El caminar meditando sigue el ritmo de los pasos, no la respiración.
Se cierran los ojos y se hacen unas respiraciones lentas y profundas antes de caminar. Se enfoca en las plantas de los pies y en la sensación del contacto con el suelo. El enfoque pasa al resto del cuerpo subiendo lentamente a la parte superior de la cabeza antes de volver bajando a las plantas de los pies.
Se abren los ojos y se empieza a caminar, enfocándose en cómo levantas los pies y cómo pisas, y en cómo mueves los brazos. Hay que notar cómo el cuerpo se siente al moverse. Si te distrae algo, vuelve a pensar en cómo caminas y el contacto de los pies con el suelo. Reconoce lo que notas de tus sentidos, lo que oyes, ves, sientes, saboreas y hueles, siempre volviendo a cómo son los pasos.
No hay una forma correcta de caminar. Ve a tu ritmo y con tu propia forma de caminar. Lo importante es la conexión con el aquí y ahora.
Se puede hacer en cualquier momento de una caminata, al principio, en el medio o al final, y vale con hacer solo unos minutos.
Fuente: 52 maneras de caminar – Annabel Streets, Bloomsbury Publishing